Concours ligérien du jeune traducteur d’espagnol 2018 / 2019

353 lycéens et étudiants en préparation littéraire participent à cette troisième édition.

Ils viennent de : Loire Atlantique, Maine et Loire, Mayenne, Sarthe et Vendée.

Le texte proposé au concours est celui de l’écrivain espagnol José Manuel Fajardo qui sera en résidence en mai et juin 2019.

La remise du prix aura lieu en mai dans l’hémicycle du Conseil régional de la région des pays de la Loire en présence de l’écrivain et des membres du jury.

Extrait du texte à traduire :

Olas

por José Manuel Fajardo

Mi padre me lo repetía constantemente : “No te asustes, las olas simplemente están ahí. Lo único importante es que no pierdas la cuenta. La séptima es la peligrosa, no lo olvides, es con ella que la mar se te viene encima y puede arrastrarte. Muchos han muerto por eso, por no llevar bien la cuenta”.
Mi padre era percebeiro , un hombre sin más cultura que lo aprendido de la vida. Y había vivido mucho. Fue soldado durante la guerra civil, siendo apenas un mozo, después emigró, como tantos otros del pueblo, como había hecho en su día el tío Carlos, que se marchó a Cuba antes de la guerra y de vez en cuando mandaba alguna carta breve en la que no faltaba una fotografía, que a veces era de una casa con palmeras y otras de un almuerzo donde mis padres se esforzaban en reconocer a los presentes, primos de cuya existencia yo sólo tenía constancia por aquellas mismas fotos y por las dicusiones que generaban en la familia, pues mis padres nunca estaban de acuerdo sobre quién era quién. Sin embargo, mi padre no se fue a trabajar a Cuba sino a Alemania. Nosotros nos quedamos en casa, siempre a la espera de sus cartas y de sus envíos de dinero, pero él no se acostumbró a la vida de ciudad ni a aquella lengua impronunciable, así que al cabo de cuatro años se enroló en un mercante y regresó a Galicia. Nada le había ido bien desde entonces, hasta que empezó a descolgarse por los acantilados para recoger percebes que luego vendía a buen precio a los transportistas que llevaban el marisco fresco a los mejores restaurantes de Madrid.
El día que me llevó con él al acantilado, para enseñarme el oficio, me lo dijo por primera vez : “Las olas no son tus enemigas, al contrario, ellas traen la vida hasta estas costas”. Dejó un momento de preparar el cabo que había amarrado a uno de los pinos que crecían en lo alto del acantilado y añadió, con un guiño cómplice, “lo que pasa es que la vida, a veces, puede ser muy cabrona”. Después descendimos con cuidado hasta el batiente, cada uno con un saco amarrado a la cintura, y mientras recogíamos los percebes, en medio del fragor del oleaje que rompía contra las rocas a nuestros pies y se retiraba luego con bisbiseo de serpiente, mi padre me repetía “¿qué ola es ésta ?” y yo le respondía que la segunda o la cuarta, y él volvía a preguntarme “¿y ésta ?”, y yo, la tercera o la quinta... Al llegar a la sexta me decía “rápido, ahora vamos arriba”, y trepábamos tres o cuatro metros para ponernos fuera del alcance de la séptima, que estallaba a nuestras espaldas con un gruñido de perro rabioso y nos salpicaba con su lluvia salada. De inmediato volvíamos a bajar para reanudar la tarea y así hora tras hora, día tras día, en una corredera que duró años, un ritual que repetíamos como actores de teatro, cada vez más seguros de nuestros papeles, mi padre marcándome el ritmo con sus preguntas y yo respondiéndole mientras me apuraba en recoger los percebes y miraba de reojo la siguiente ola.